Normalmente las procesiones se disponen en el orden de los grados del orden sacerdotal. Primero entran los acólitos, luego los diáconos, después los presbiterios, luego obispos y al final el celebrante principal. En el caso de las ordenaciones presbiterales, los que serán ordenados van detrás de los diáconos y antes de los presbíteros. Van vestidos con el amito, el alba y la estola, que la usan al modo de los diáconos, es decir, cruzada sobre el pecho, porque aún no son presbíteros. No llevan dalmática ni casulla.
Los nuevos presbíteros entran en procesión, besan el altar y van a sus lugares, que se encuentran entre los de los diáconos. Generalmente se pone detrás de ellos a sus padres.
El papa besa el altar, lo inciensa y va a su lugar. Comienza la misa y la sigue como de costumbre hasta el Evangelio. Una vez que se ha leído, un diácono se le lleva el Evangeliario al papa para que lo bese y bendiga al pueblo con él.
Una vez que ha ocurrido esto, en vez de llevarse a cabo la homilía, como es costumbre, comienza el rito de ordenación.
Normalmente, el obispo que ordena se dirige a una silla que se prepara frente al altar, es decir, no se queda en la sede. Pero como en la Basílica de San Pedro no hay una sede fija y normalmente el papa se encuentra en una sede móvil frente al altar, se queda ahí.
Entonces, un diácono anuncia que serán presentados los ordenados. Cada uno de ellos es llamado por su nombre. En ese momento caminan del lugar en el que se encontraban sentados y se paran frente al papa, y dicen “presente”.
Cuando todos los que se ordenarán han pasado y dicho “presente”, el cardenal vicario para la diócesis de Roma (en el caso de otras diócesis es el rector del seminario), le pide al papa que los ordene sacerdotes en nombre de la Iglesia. El papa entonces pregunta al cardenal si son dignos. A esto contesta el cardenal vicario le dice que después de haberse informado con los miembros del Pueblo de Dios y con sus formadores, se les considera dignos. Ante esta respuesta, el papa dice que con la autoridad de Jesucristo quedan elegidos para el orden presbiteral. En ese momento, todos responden cantando: “Bendito seas por siempre Señor.”
Tras lo anterior, los que se ordenarán se dirigen a las sillas que les han preparado y que se encuentran frente al altar. Se sientan, al igual que todos, y el papa hace la homilía.
Terminada la homilía del papa, se lleva a cabo el interrogatorio a los elegidos para el presbiterado. Para eso, los diáconos se ponen de pie frente al papa, quien les hace 5 preguntas sobre sus disposiciones sobre el ministerio para el que serán ordenados. Estas son:
1.- ¿Estáis dispuestos a desempeñar siempre el ministerio sacerdotal en el grado de presbíteros, como buenos colaboradores del Orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor y dejándoos guiar por el Espíritu Santo?
2.- ¿Realizaréis el ministerio de la palabra, preparando la predicación del Evangelio y la exposición de la fe católica con dedicación y sabiduría?
3.- ¿Estáis dispuestos a presidir con piedad y fielmente la celebración de los misterios de Cristo, especialmente el sacrificio de la Eucaristía y el sacramento de la reconciliación, para alabanza de Dios y santificación del pueblo cristiano, según la tradición de la Iglesia?
4.- ¿Estáis dispuestos a invocar la misericordia divina con nosotros, en favor del pueblo que os sea encomendado, perseverando en el mandato de orar sin desfallecer?
5.- ¿Queréis uniros cada día más a Cristo, Sumo Sacerdote, que por nosotros se ofreció al Padre como víctima santa, y con él consagraros a Dios para la salvación de los hombres?
Cada uno de ellos responde “Si estoy dispuesto” a cada una de las preguntas.
Después de esto, cada uno de los elegidos se acercan frente al papa y se arrodillan frente a él con las manos juntas. El Santo Padre pone sus manos por encima de las manos de cada diácono y le pregunta si le promete respeto y obediencia.
El ordenando le responde que sí promete. Tras ello, en Romano Pontífice le dice una frase muy bonita: “Dios, que comenzó en ti la obra buena, él mismo la lleve a término.” El papa Francisco varía un poco esta frase y les dice “Dios, que comenzó en ti una obra buena desde niño, el mismo la lleve a término”, quizá para hacer referencia al bautismo.
Una vez que el papa recibió las promesas de los elegidos, éstos vuelven a ponerse frente al altar, y el Sumo Pontífice pide la súplica de los santos por ellos. Entonces se inicia el canto de la letanía de los santos.
En ese momento todos los ordenandos se postran en tierra. Para eso se suele poner un tapete. El entonces cardenal Ratzinger, en su libro “El espíritu de la liturgia” comentaba que este gesto es muy significativo, porque hace ver que las personas son polvo, tierra, que no valen nada. Pero que por la gracia de Dios son elevados a un don y un misterio muy especial, como es el sacerdocio.
Terminadas las letanías, los ordenandos se acercan uno a uno frente al papa. Se arrodillan frente a él, que está de pie. El Santo Padre les impone las manos sin decir nada. Tras ello, vuelven a su lugar frente al altar y se arrodillan.
A este lugar se acercan todos los presbíteros presentes y les imponen las manos también en silencio. No se acercan ni los diáconos ni los obispos, como señal de que es una ordenación presbiteral.
Una vez que todos han impuesto las manos, el papa pronuncia con las manos extendidas la plegaria de ordenación. Esta dice lo siguiente:
“Asístenos, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno, autor de la dignidad humana y dispensador de todo don y gracia, por ti progresan tus criaturas y por ti se consolidan todas las cosas. Para formar el pueblo sacerdotal, tú dispones con la fuerza del Espíritu Santo en órdenes diversos a los ministros de tu Hijo Jesucristo.
Ya en la primera Alianza aumentaron los oficios, instituidos con signos sagrados. Cuando pusiste a Moisés y Aarón al frente de tu pueblo, para gobernarlo y santificarlo, les elegiste colaboradores, subordinados en orden y dignidad, que les acompañaran y secundaran. Así en el desierto, diste parte del espíritu de Moisés, comunicándolo a los setenta varones prudentes con los cuales gobernó más fácilmente a tu pueblo. Así también hiciste partícipes a los hijos de Aarón de la abundante plenitud otorgada a su padre para que un número suficiente de sacerdotes ofreciera, según la ley, los sacrificios, sombra de los bienes futuros.
Finalmente, cuando llegó la plenitud de los tiempos, enviaste al mundo, Padre santo, a tu Hijo, Jesús, Apóstol y Pontífice de la fe que profesamos. Él, movido por el Espíritu Santo, se ofreció a ti como sacrificio sin mancha, y habiendo consagrado a los apóstoles con la verdad, los hizo partícipes de su misión; a ellos, a su vez, les diste colaboradores para anunciar y realizar por el mundo entero la obra de la salvación.
También ahora, Señor, te pedimos nos concedas, como ayuda a nuestra limitación, estos colaboradores que necesitamos para ejercer el sacerdocio apostólico.
Te pedimos, Padre todopoderoso, que confieras a estos siervos tuyos la dignidad del presbiterado; renueva en sus corazones el Espíritu de santidad; reciban de ti el segundo grado del ministerio sacerdotal y sean, con su conducta, ejemplo de vida. Sean honrados colaboradores del Orden de los Obispos, para que por su predicación, y con la gracia del Espíritu Santo, la palabra del Evangelio dé fruto en el corazón de los hombres, y llegue hasta los confines del orbe. Sean con nosotros fieles dispensadores de tus misterios, para que tu pueblo se renueve con el baño del nuevo nacimiento, y se alimente de tu altar; para que los pecados sean reconciliados y sean confortados los enfermos. Que en comunión con nosotros, Señor, imploren tu misericordia por el pueblo que se les confía y en favor del mundo entero. Así todas las naciones, congregadas en Cristo, formarán un único pueblo tuyo que alcanzará su plenitud en tu Reino.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.”
Y se contesta con un triple amén cantado.
Terminada la oración algunos presbíteros colocan a cada ordenado la estola al estilo presbiteral (a los lados del pecho y no cruzada diagonalmente) y le visten la casulla.
Seguidamente el papa unge con el santo crisma las palmas de las manos de cada ordenado con el santo crisma que consagró el Jueves Santo. Es un signo de que reciben un sacramento que imprime carácter, es decir, que nunca se pierde. Ellos son ahora sacerdotes para siempre, “sacerdos in aeternum”. Ese aceite es símbolo de Cristo, por ello se llama crisma. Han sido identificados con Él, para actuar en su nombre –in persona Christi- al consagrar el pan y al perdonar los pecados.
Mientras los unge les dice:
“Jesucristo, el Señor, a quien el Padre ungió con la fuerza del Espíritu Santo, te auxilie para santificar al pueblo cristiano y para ofrecer a Dios el sacrificio.”
Tras ello, algunos fieles llevan el pan y el vino al papa, como se hace comúnmente durante el ofertorio. Con ellos, un diácono prepara el cáliz vertiendo el agua y el vino, y se lo lleva junto con la patena al papa que sigue en la sede.
Cuando tiene el cáliz con el vino y la patena el papa, los nuevos sacerdotes se acercan al Santo Padre, quien les entrega el pan y el vino, como señal de que les da la potestad de celebrar la Santa Misa, mientras les dice:
"Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor."
Cierto es que también reciben el poder de perdonar los pecados en nombre de Jesús. Pero no existe un rito especial para ello, porque el ejercicio de este ministerio está condicionado a que reciban las licencias por parte de su ordinario.
Cuando todos han recibido el pan y el vino, se acercan nuevamente al papa, quien los abraza diciéndoles “La paz este contigo”. Tras ello, todos los presbíteros presentes los abrazan uno a uno, como un símbolo de que son acogidos por los presbíteros dentro de su orden.
Después se canta el Credo. Al concluir, se inicia el canto del ofertorio, en donde el papa se dirige directamente al altar para presentar las ofrendas y para incensarlas junto con el altar. Tras ello, la Misa continúa como de costumbre, con la novedad de que los nuevos presbíteros concelebrarán y dirán las palabras de la consagración.
Todo esto puede verse en el siguiente video: