El consistorio comienza con la procesión de entrada. El papa viste capa pluvial y mitra. Benedicto XVI vistió, en sus dos últimos consistorios, el hábito coral. Pero el Papa Francisco volvió al uso de los consistorios anteriores y viste pluvial.
El papa se siente en la cátedra e introduce la celebración. Tras ello, se celebra la Liturgia de la Palabra como en la Misa. Después de la proclamación del Evangelio, el Santo Padre hace la homilía. Una vez concluida, el Sumo Pontífice pronuncia la solemne fórmula de creación de los nuevos cardenales, que es la siguiente:
“Queridos hermanos, estamos a punto para llevar a cabo una agradable y solemne tarea de nuestro ministerio sagrado. Principalmente se refiere a la Iglesia de Roma, pero también afecta a toda la comunidad eclesial: vamos a llamar a algunos de nuestros hermanos para entrar el Colegio Cardenalicio, para que, quedando unidos con un vínculo más cercano a la Sede de Pedro, se conviertan en miembros del clero de Roma, y cooperen más intensamente a nuestro servicio apostólico. Después de haber sido investidos con la sagrada púrpura, serán testigos valientes de Cristo y su Evangelio en la Ciudad de Roma y en regiones lejanas. Por lo tanto, por la autoridad del Todopoderoso Dios, de los santos Pedro y Pablo y nuestra Propia, creamos y solemnemente proclamamos Cardenales de la Santa Iglesia Romana estos hermanos nuestros ...”
Y pronuncia el nombre de todos los nuevos cardenales y su título o diaconía. La segunda parte del consistorio es la profesión de fe y el juramento de los nuevos cardenales. El Santo Padre les pide que hagan una profesión de fe:
“Queridos hermanos, en la presencia de lo sagrado pueblo de Dios, ahora profesan su fe en el Dios trino y su fidelidad a la santa, católica y apostólica."
Tras ello, todos recitan el Credo. Una vez profesada la fe, juran fidelidad al Santo Padre y a sus sucesores con la siguiente fórmula:
“Yo, N., Cardenal de la Santa Iglesia Romana, prometo y juro, de hoy en adelante y mientras yo viva, permanecer fiel a Cristo ya su Evangelio, constantemente obediente a la Santa Iglesia Apostólica Romana, al Sumo Pontífice Francisco y sus sucesores canónicamente elegidos; mantenerme siempre en comunión con la Iglesia Católica en mis palabras y en mis obras; no expresar ninguna de las cuestiones que me confíen para protegerse y cuya divulgación podría causar daño o deshonra a la Santa Iglesia; llevar a cabo con gran diligencia y fidelidad las tareas en las que necesite mi servicio la Iglesia, de acuerdo con las normas de la ley. Así me ayude Dios Todopoderoso.”
Una vez que juraron obediencia, el Sumo Pontífice pronuncia la fórmula de imposición del birrete cardenalicio:
“Para la gloria de Dios y el Todopoderoso y para honor de la Sede Apostólica, reciban la birreta roja como un signo de la dignidad de cardenalato, significando su disposición para actuar con valentía, incluso hasta el derramamiento de su sangre, por el incremento de la fe cristiana, por la paz y la tranquilidad del pueblo de Dios y para la libertad y el crecimiento de la Santa Iglesia Romana.”
Y uno a uno se acercan los cardenales y el papa les impone el capelo cardenalicio.
Cuando se encuentran arrodillados frente a él, les pone el anillo cardenalicio en el dedo anular de la mano derecha. Anteriormente la entrega del anillo se realizaba al día siguiente, durante la Santa Misa que concelebraban los neo-cardenales con el papa. Pero a partir del Consistorio de 2012, se incorporó al rito del consistorio. Al entregarles el anillo, el Santo Padre les dice:
“Recibe el anillo de la mano de Pedro y sabe que tu amor por la Iglesia se ve reforzada por el amor del príncipe de los Apóstoles.”
Antes de incorporarse, el nuevo cardenal recibe del papa la bula de su creación y el otorgamiento del título o diaconía, mientras el Pontífice le dice:
“Para el honor de Dios omnipotente y de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, te encomendamos el título (o diaconía) de N. En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. R./ Amén.
Finalmente, el Santo Padre los abraza mientras les dice: “Pax Domini sit semper tecum”, es decir, “la Paz del Señor esté siempre contigo”, a lo que responde el cardenal: “Amén”.