Celebraciones papales

Celebraciones papales

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I. Constatación y aviso de la muerte del Pontífice

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Cuando el papa muere, el Prefecto de la Casa Pontificia debe dar a conocer noticia al Cardenal Camarlengo, al Sustituto de la Secretaría de Estado, al Maestro de las Celebraciones Litúrgicas del Santo Padre y a los prelados de la Cámara Apostólica.

El Camarlengo es un cardenal que es el administrador de los bienes y los ingresos de la Santa Sede y, durante la Sede Vacante actúa como jefe de Estado en funciones de la Ciudad del Vaticano, aunque no es el responsable del gobierno espiritual de la Iglesia. 

Todos los prelados antes mencionados llegan al lugar en donde está el cadáver del papa. El Camarlengo se dirige con unas palabras a todos, para reanimar su fe. Después, el Director de los Servicios Sanitarios de la Ciudad del Vaticano, examina el cuerpo para constatar la muerte y sus causas.

Cuando lo ha hecho, el Camarlengo dice: “Pastor nostro, Románus Póntifex N, cum Christo mórtuus est”, es decir, “Nuestro Pastor, el Romano Pontífice N, ha muerto con Cristo”.

Tras un momento de silencio, invita a todos a orar. Y se canta o reza un responso, que culmina con la Salve.

El Camarlengo le retira el anillo del pescador al papa y procede a su destrucción junto con el sello, con el objeto de evitar falsificación de documentos.

Después, el médico dispone todo para la conservación del cadáver y el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas se encarga de revestirlo con los ornamentos para la Misa color rojo, y de ponerle la mitra y el palio. También se le coloca la férula, a diferencia de lo que sucede con los obispos (CE, 1160). El Card. Konrad Krajewski, que era ceremoniero pontificio cuando falleció San Juan Pablo II, contó su testimonio sobre este momento:

“Ayudar a revestir al papa es una tarea de los ceremonieros. Eso hice durante siete años. También tras su muerte, cuando lo revestí junto con las tres monjas que lo cuidaron durante mucho tiempo. Aunque había pasado hora y media desde su muerte, las monjas continuaron hablando con el papa como si estuvieran hablando con su propio padre. Antes de vestirlo con la sotana, el alba y la casulla, lo besaron y lo acariciaron, tocándolo con amor y reverencia, como si él hubiera sido un miembro de su propia familia.” (En L'Osservatore Romano, edición semanal en inglés del 6 de abril de 2011).

Antiguamente, para constatar la muerte del papa, el Camarlengo le daba tres golpes en la frente con un martillo de plata. Tras cada golpe, lo llamaba por su nombre de pila. Si no respondía, el Camarlengo decía “vere papa mortuus est”, “verdaderamente el papa ha muerto”. Tras la muerte de Pio IX este rito fue omitido. Lo mismo sucedió con los siguientes papas, por lo que cayó en desuso este rito hasta que fuera suprimido por san Juan XXIII.

Apenas haya sido informado por el Camarlengo o por el Prefecto de la Casa Pontificia de la muerte del papa, el Decano del Colegio de Cardenales tiene la obligación de dar la noticia a todos los Cardenales, convocándolos para las Congregaciones del Colegio. Igualmente comunicaa la muerte del Pontífice al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede y a los Jefes de Estado. Al mismo tiempo, el Camarlengo debe comunicar el fallecimiento al Cardenal Vicario para la Urbe, el cual da noticia al pueblo romano con una notificación especial.

Por su parte, el Sustituto de la Secretaría de Estado anuncia a todos los fieles la muerte del papa. A la muerte del Santo Padre, todos los Jefes de Dicasterio cesan en su encargo, salvo el Camarlengo, el Penitenciario Mayor, y los Cardenales Vicarios para Roma y para la Ciudad del Vaticano. Por ello, el anuncio a todos los fieles de la muerte del papa le corresponde hacerlo al Sustituto de la Secretaría de Estado.

Cuando se anuncia la muerte del papa, campanas de la Basílica de San Pedro empiezan a tocar a muerte, y el portón de bronce del Palacio Apostólico se cierra a la mitad.

Mientras tanto, el Camarlengo debe sellar el estudio y la habitación del Pontífice, disponiendo que el personal que vive habitualmente en el apartamento privado pueda seguir en él hasta el momento en que sea sepultado el papa, cuando todo el apartamento pontificio debe ser sellado. Asimismo, el Camarlengo toma tomar posesión del Palacio Apostólico Vaticano y, personalmente o por medio de un delegado suyo, de los Palacios de Letrán y de Castel Gandolfo, ejerciendo su custodia y gobierno.

Cuando el cadáver del papa está revestido, se lleva al lugar del Palacio Apostólico designado por el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas. Junto al cuerpo sin vida se coloca el cirio pascual y un recipiente con agua bendita. Al llegar, el Camarlengo, con hábito coral y estola roja, preside el rezo de un responso, que concluye con la aspersión del cadáver con agua bendita.

Terminado el responso, el cadáver es velado por los Penitenciarios de la Basílica de San Pedro, que visten estola roja. En ese lugar se tienen breves momentos de oración, celebraciones de la palabra, se reza la Liturgia de las Horas y se recitan rosarios.

II. Traslado del cadáver del papa

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Desde que se produce la Sede Vacante, el gobierno de la Iglesia queda confiado al Colegio de los Cardenales solamente para el despacho de los asuntos ordinarios y para la preparación de todo lo necesario para la sepultura del papa y para la elección del nuevo Pontífice. No pueden resolver ningún asunto que sea potestad exclusiva del papa.

Para ello, los cardenales deben reunirse. A estas reuniones se les llama Congregaciones. Pueden ser generales, si están presentes todos los cardenales que se encuentren en Roma. O pueden ser particulares, si está constituida por el Camarlengo y por tres cardenales -uno por cada orden- extraídos por sorteo entre los cardenales electores llegados a Roma. La congregación particular se ocupa de los asuntos de menor importancia que van presentándose día a día.

En el día y a la hora establecidos por la Congregación de Cardenales se hace el traslado del cadáver del papa a la Basílica de San Pedro. La ceremonia es presidida por el  Camarlengo, quien viste con estola y capa pluvial roja.

Cuando todos los cardenales han llegado al lugar del Palacio Apostólico donde se encuentra el cadáver, inicia la celebración con el canto de la antífona “Yo soy la resurrección y la vida”.

Terminado el canto, el Camarlengo rocía el cadáver del papa con agua bendita. Después invita a todos a rezar y explica el significado de trasladar el cadáver a la Basílica, lo que concluye con una oración. Al final el diácono dice: “Procedámus in pace”, e inicia la procesión.

En la procesión caminan primero los cardenales diáconos, después los cardenales presbíteros y al último los cardenales obispos. Tras ellos avanzan dos diáconos. Luego, el Camarlengo. Detrás del Camarlengo se lleva el cadáver del papa. Lo cargan los sedarios pontificios, el grupo de personas que se encargaba de llevar al papa en la silla gestatoria. Al lado del cadáver caminan doce clérigos con estola roja, que portan velas encendidas. Al lado de estos clérigos caminan miembros de la Guardia Suiza.

Durante la procesión se cantan los salmos 22, 50, 62 y 129, el Cántico de Zacarías, el Magníficat y el Cántico de Simeón. Después, mientras la procesión entra a la Basílica de San Pedro, se entonan las Letanías de los Santos.

Al llegar a la Basílica, el cadáver del papa se coloca frente al altar de la Confesión, viendo hacia el pueblo. Junto se encuentra el cirio pascual. Una vez colocado, el Camarlengo lo rocía con agua bendita y lo inciensa, mientras se canta un responso. Al terminar el responso, se lee un pasaje del Evangelio de San Juan (17, 24-26). Luego, tiene lugar la una oración de los fieles, y se reza el Padrenuestro. Este rito concluye con una oración que dice el Camarlengo.

Acabada la celebración, se abren las puertas de la Basílica para que los fieles puedan orar frente al cadáver del papa.  

III. Misa exequial

El cuerpo del difunto pontífice permanece expuesto hasta el día en que determine la  Congregación de Cardenales se celebre la Misa Exequial. Ese día, antes de la ceremonia, se coloca el cadáver del papa en un ataúd de ciprés en presencia del Camarlengo, del Arcipreste de la Basílica de San Pedro, el cardenal que era Secretario de Estado, el Vicario para la Diócesis de Roma, el sustituto de la Secretaría de Estado, el Prefecto de la Casa Pontificia, el Limosnero de Su Santidad, el Vice Camerlengo, los canónigos de la Basílica de San Pedro, el Secretario del Santo Padre, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas, los ceremonieros pontificios, y los parientes del difunto papa. Todos los clérigos visten hábito coral.

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Una vez colocado en el ataúd, el Camarlengo se dirige a los presentes con unas palabras, tras lo cual el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas lee el texto de una “Rogitio”, un documento en el que se narra la vida dl pontífice. Cuando concluye la lectura, se canta un salmo. Después, el Camarlengo reza una oración.

Concluida la oración, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas del Santo Padre, y el Secretario del Papa colocan un velo de seda blanca sobre el rostro del difunto. Después, el Camarlengo aspergea el cadáver. Tras ello, el Maestro de las Celebraciones introduce en el ataúd una bolsa con monedas acuñadas durante el pontificado del papa difunto y un tubo en el que se enrolla la Rogitio que está sellado con el sello del Oficio de las Celebraciones.  Después, se cierra el ataúd mientras se canta el salmo 41.

En el libro “Las sandalias del pescador” de Morris West se explica que “las monedas serán sepultadas con el papa para identificarlo ante quienesquiera que lo exhumase mil años despúes”.

Una vez cerrado el ataúd, tiene lugar la Misa Exequial. En las últimas ocasiones, esta Misa se ha celebrado en la Plaza de San Pedro.

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En la procesión de entrada, tras los ciriales, la cruz, y los acólitos camina el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas con un ceremoniero, que lleva un Evangeliario. Después es llevado el ataúd del papa. Lo cargan los sedarios pontificios. Tras el ataúd caminan los diáconos que servirán en la Misa, y los cardenales en función del orden cardenalicio al que pertenecen. La procesión la cierra el Decano del Colegio Cardenalicio, quien preside la celebración. Sirve como primer ceremoniero el más antiguo de los ceremonieros pontificios. Todos visten ornamentos rojos.

El ataúd del papa se coloca frente al altar, en el piso, viendo hacia el pueblo. A un lado se encuentra el cirio pascual. En cuanto es dejado, un ceremoniero coloca el Evangeliario abierto sobre el ataúd.

La Misa se celebra como de costumbre hasta la Oración Después de la Comunión. Una vez rezada ésta, el Decano se para frente al altar y delante del féretro, y los demás cardenales y los patriarcas de las Iglesias Orientales se paran a los lados. Cuando han llegado a sus lugares, inicia el rito de la “Ultima Comendatio et Valedictio”, cuando el Cardenal Decano invita a los presentes a orar. Tras un momento de silencio, se cantan las Letanías de los Santos.

Al concluir las letanías, el Cardenal Vicario para la Diócesis de Roma, frente al féretro, reza una oración. Al concluir, viene la Súplica de las Iglesias Orientales. Los Patriarcas, Arzobispos Mayores y los Metropolitanos de las Iglesias Orientales, cantan la Panikhida, tomada del oficio de Difuntos de la Liturgia Bizantina. En un momento de este rito, un patriarca inciensa el ataúd mientras dice una oración.

Después, hay un momento de oración en silencio, tras el cual, el Cardenal Decano aspergea e inciensa el féretro mientras se canta el responso.

Al final, el Decano reza una oración, tras la cual, se canta el “In Paradisum”. Cuando concluye el canto, los concelebrantes regresan a la sacristía, precedidos por la cruz y los ciriales. Detrás del Cardenal Decano camina el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas con un ceremoniero, y tras ellos, los sedarios llevan el féretro del papa difunto

IV. Sepultura

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Concluida la Misa, el ataúd con el cuerpo del Pontífice difunto es llevado al lugar en el que será sepultado. Puede ser en la Basílica de San Pedro, o en otro templo que hubiese dispuesto en vida el papa. Mientras es trasladado el féretro se entona el Magnificat, los salmos 113, 117 y 41.

Al rito de la sepultura acude el Camarlengo, los cardenales más antiguos de cada orden, el Arcipreste de la Basílica de San Pedro, el cardenal que era Secretario de Estado, el Vicario para la Diócesis de Roma, el sustituto de la Secretaría de Estado, el Prefecto de la Casa Pontificia, el Limosnero de Su Santidad, el Vice Camerlengo, los canónigos de la Basílica de San Pedro, el Secretario del Santo Padre, el Maestro de las Celebraciones Litúrgicas, los ceremonieros pontificios, y los parientes del difunto papa. Todos los clérigos visten hábito coral, salvo el Camarlengo, que viste pluvial roja.

El rito inicia con un responso rezado por el Camarlengo. Concluido, el féretro es atado con un listón rojo en el que están impresos los sellos de la Cámara Apostólica, de la Prefectura de la Casa Pontificia, y de la Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Santo Padre. Una vez atado, se coloca en una caja de plomo, que es soldada, y sobre la que se graban los tres sellos antes mencionados. Ya cerrada, esta caja se coloca dentro de un féretro de robre que tiene grabado una cruz y el escudo del papa difunto.

En el libro “Las sandalias del pescador” de West se lee: “lo encerrarán en tres urnas selladas: una de ciprés, una de plomo para protegerlo de la humedad, y la última de roble, para que su apariencia fuese la de otros hombres que bajan a la tumba en una caja de madera”.

Cuando este tercer ataúd es cerrado, se deposita en la sepultura mientras se canta la Salve. Luego, se cierra la sepultura. Tras ello, el notario del Capítulo de la Basílica de San Pedro elabora el acta en el que consta la sepultura del Pontífice y lo lee frente a todos. El Camarlengo, y el Prefecto de la Casa Pontificia firman el acta.

Según una antigua costumbre, por nueve días consecutivos tras la Misa exequial se celebra la Santa Misa en sufragio por el Pontífice difunto. Las celebraciones están abiertas a todos, pero cada día se encomiendan a un grupo diverso. El primer día, la Capilla Papal. El segundo, los fieles de la Ciudad del Vaticano. El tercero, la Iglesia de Roma. El cuarto, los Capítulos de las Basílicas Patriarcales. El quinto, la Capilla Papal. El sexto, la Curia Romana. El séptimo, las Iglesias Orientales. El octavo, los miembros de los institutos de vida consagrada. Y el noveno, la Capilla Papal. En estas celebraciones se visten ornamentos rojos. 

En el mismo libro de West se dice: “lo llorarán con nueve días de misas, pues habiendo sido en vida mas grande que otros hombres, su necesidad de ellas podría ser también mayor después de la muerte”.

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