“Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia.” Levítico 25, 10.
El siete es el número de la plenitud. Por eso, una vez que hubieran transcurrido siete veces siete años, pasados 49 años, tenía lugar un se ponían los esclavos en libertad, se dejaban de trabajar las tierras y se restituían las posesiones.
Cómo Jesús dijo que había sido enviado a proclamar un año de gracia del Señor (Lc 4, 19), el papa Bonifacio VIII declaró que el año 1300 sería el año del perdón de los pecados, determinando una indulgencia para quien visitará Roma.
Con eso comenzó una tradición de convocar regularmente a estos años. Al principio se hizo cada 50 años, siguiendo el Levítico (1300, 1350). El papa Urbano VI convocó con diez años de anticipación el siguiente (1390) y dispuso que se celebrarán cada 33 años, recordando la edad de Cristo. Por eso, el cuarto jubileo fue el 1423. Nicolás V volvió a retomar la celebración cada cincuenta años (1450). Pablo II dispuso un nuevo plazo de convocatoria: veinticinco años, que quedó como definitivo.
Así pues, cada 25 años tiene lugar un año santo, un año jubilar o un jubileo.
Eso es lo ordinario. Sin embargo, entre un jubileo y otro, el papa puede convocar a un año santo, al que se le denomina “extraordinario”. Eso ocurrió, por ejemplo en 1983, que San Juan Pablo II lo convocó por conmemorarse 1950 años de la redención; o en 2015-2016, que el papa Francisco convocó al Jubileo de la Misericordia.
Aunque ya se saben los años en que se convocan a jubileos ordinarios, el papa debe convocarlo mediante una bula. Esta bula se emite y se lee en la solemnidad de la Ascensión del año previo.
La entrega tiene lugar en el atrio de la basílica de San Pedro, donde le lee la bula, y luego el papa le entrega un ejemplar a los arciprestes de las basílicas papales, a los representantes de la Iglesia dispersa por el mundo y a los protonotarios apostólicos.
Después, el diácono invita a dar inicio a la procesión diciendo “Procedamus in pace” (Procedamos en paz), a lo que se responde “In nomine Christi. Amen.” (En nombre de Cristo. Amén.)
Se ingresa en procesión a la basílica vaticana, en donde se celebran las II Vísperas de la Ascensión del Señor.
El año santo tradicionalmente era una celebración ligada a Roma. En un principio, suponía la visita a los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo. Posteriormente se pidió también visitar las basílicas de Letrán y de Santa María.
Los papas extendían las indulgencias a el resto del mundo en el año posterior al jubilar romano. Sin embargo, posteriormente los papas han dispuesto la celebración simultánea tanto en Roma como en el resto de diócesis del mundo, con lo cual tiene un sentido más universal y sincrónico.
A la vez de estos jubileos ligados a Roma, han existido jubileos vinculados a otros lugares del mundo. Algunos se celebran con motivo de una ocasión especial (centenario de un santo, de un templo, etc.). Otros se realizan de forma perpetua. Estos últimos suceden cada vez que se dan ciertas condiciones. Por ejemplo, el año santo jacobeo que se celebra desde 1126 los años en que el 25 de julio cae en domingo, o el año jubilar lebaniego, que se celebra desde 1512 los años en que el 16 de abril cae en domingo. En estos casos, se liga a un determinado lugar el año santo: el jacobeo supone visitar la catedral de Santiago de Compostela, y el lebaniego el monasterio de san Toribio de Liébana.