El Manual de liturgia

El Manual de liturgia

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I. Día y horas

La primera forma de medir el tiempo es el día. Es la manera más natural y primitiva de hacerlo, pues depende de observar que el sol sale y se pone de forma regular.

Para algunas culturas, como la hebrea, el día culmina al atardecer; y al terminar, inicia el siguiente. Sin embargo, los romanos establecieron el inicio y el fin del día a la media noche, entre la segunda y tercera vigilia (de cuatro que existían). Este sistema es el que se emplea litúrgicamente, pues “el día litúrgico va de medianoche a medianoche” (Normas Universales del Calendario Litúrgico, n. 3).

Fue necesario establecer medidas para esta medida, el día. Por ello surgieron las horas. Las horas se medían en función al amanecer y al anochecer. Tras el alba se contaban las horas prima (primera), secunda (segunda), tertia (tercera), etc., hasta la puesta del sol. Después en la noche había cuatro vigilias.

Siguiendo lo que indica el Salmo 119 (164), desde los primeros tiempos los cristianos acostumbraron orar a distintas horas del día. Con base en los fenómenos más naturales, oraron al salir el sol (Laudes) y al ponerse (Vísperas). Además, a las horas Tercia (tercera hora tras el amanecer, a eso de las 9 hrs.), Sexta (a eso de las 12 hrs.) y Nona (a eso de las 15 hrs.) porque se unía a estas horas el recuerdo de los acontecimientos de la Pasión del Señor y de la primera propagación del Evangelio. En efecto, en la narración de San Marcos de la Pasión de Jesús dice que “era la hora tercia cuando lo crucificaron” (15, 25); que “al llegar la hora sexta toda la región quedó en tinieblas” (15, 33); y que “a la hora nona Jesús clamó con voz potente Eloí Eloí, lemá sabaqtani” (15, 34). Por su parte, los Padres de la Iglesia veían claramente aludidas estas Horas en los Hechos de los Apóstoles, que relatan que el Príncipe de los Apóstoles "subió a la terraza para orar hacia la hora sexta" (10, 9); o que “Pedro... y Juan subían al templo a la hora de oración, que era la nona" (3, l).

Además de orar a estas horas, se empezó a rezar antes de ir a dormir, lo que se llamó Completas, pues con ello se completaba el rezo diario. Igualmente, en los monasterios medievales se rezaba antes del amanecer, durante la noche. A este rezo se le llamó Maitines. Tras el Concilio Vaticano II a los Maitines se les ha llamado Oficio de Lectura, y ya no están ligados a una hora, sino que pueden rezarse en cualquier momento del día.

Así pues, la salida del sol es importante para el cristianismo. Marca un momento de oración. Además, el lugar por donde sale, el oriente, es hacia donde se oraba en la Misa. Por eso los templos se orientaban. También es importante el ocaso, pues esperamos el domingo en que no se pondrá el sol, el domingo sin tarde, el Día del Señor que durará pos siempre. (Prefacio X para los Domingos del Tiempo Ordinario).

Decíamos que el día litúrgico va de medianoche a medianoche. Sin embargo, hay días que, por su importancia, duran más de veinticuatro horas, que se extienden más, y le quitan horas a otros días.

Ese es el caso de los domingos y de las celebraciones que tienen el grado de solemnidad. Esos días comienzan desde las vísperas del día anterior, es decir, una vez que se ha concluido la Nona. Esos días tendrán dos vísperas: las del día natural anterior, y las del día natural propio. Por ello el rezo de la Hora Nona de los sábados culmina con una antífona referente a la Virgen María, al igual que concluyen las Completas de cualquier día concluyen con una antífona mariana.

También las dos grandes celebraciones del año exceden el día natural litúrgicamente hablando. No solo porque se empiezan a celebrar desde sus vísperas, sino porque los ocho días siguientes se celebran como si fueran un mismo día. A esto se le llama octava. Y durante todos los días de la octava se dice “hoy” cuando se hace referencia en la liturgia a la celebración. Por ejemplo, en la Octava de Pascua se dice en el prefacio “es nuestro deber y salvación glorificarte siempre, Señor; pero más que nunca en este día en que Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado.” O En la Ocatava de Navidad se dice en el Canon Romano: “reunidos en comunión con toda la Iglesia para celebrar el día santo en que la Virgen María, conservando intacta su virginidad, dio a luz al Salvador del mundo”.

II. Semana

Además del fenómeno más evidente que es la salida y puesta del sol, los antiguos descubrieron las cuatro fases de la luna, y observaron que entre una y otra transcurren siete días. Este lapso fue llamado septimana, de septem, siete.

En la antigüedad se observó que siete cuerpos celestes variaban de posición: el Sol, la Luna, y los planetas Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno. De ahí los romanos le dieron nombre en latín a cada uno de los días de la semana: el primero, por el Sol, dies soliis; el segundo, por la Luna, dies lunae, el tercer, por Marte, dies martis; el cuarto, por el Mercurio, dies mercurii; el quinto, por Júpiter, dies iovis; el sexto, por Venus, dies veneris; y el séptimo, por Saturno, dies saturnis.

Para el pueblo de Israel esta división del tiempo fue importante, pues en el relato de la creación se dice que el “séptimo día Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hacer la obra que había emprendido.” (Gen 2, 2). Por este memorial de la creación, en que Dios hizo sagrado el séptimo día (Ex 20, 11), el tercer mandamiento del decálogo proclama que “el día séptimo será día de descanso completo, consagrado al Señor” (Ex 31, 15).

Los hebreos denominaron con número a cada día de la semana, empezando por el domingo, salvo el séptimo y último al que le denominaron shabbat, derivado del verbo shavát, que se significa descansar.

Jesús resucitó “el primer día de la semana” (Mt 28, 1; Mc 16, 2; Lc24, 1; Jn 20, 1). Además, narra San Juan que la segunda aparinción de Jesús a los Apóstoles sucedió "a los ochos días" de la resurrección (Jn 20, 8). Así el primer día de la semana se volvió el día del encuentro con el Resucitado. Desde entonces, para los cristianos, este día remplazó la prescripción del sábado, realizando en ese día el precepto moral de la Antigua Alianza, que solo prefiguraba lo que ocurriría en Cristo (1 Co 10, 11).

Jesús resucitó el día siguiente al sábado (Mc 16, 1; Mt 28, 1). De ahí que los Padres de la Iglesia también lo llamaran el “octavo día”, para significar que era el inicio de la nueva creación inaugurada con la resurrección de Cristo. Si la semana tiene siete días, el octavo día es el que está fuera del tiempo, es el día que anuncia el descanso eterno del hombre en Dios. Es el día del Señor y para el Señor. 

San Juan, en el Apocalipsis (1, 10) se refirió en griego a este primer día como el “Kyriaki himera”, lo que en latín se traduce como el “Dominicus dies”, el día del Señor. De ahí que al primer día de la semana se le empezara a llamar dies Dominicus, domingo.

Así, siguiendo la tradición judeo-cristiana el primer día de la semana se denomina domingo y el último sábado en las lenguas mediterráneas occidentales. En los idiomas nórdicos continua la referencia al sol (Sunday) y a Saturno (Saturday). En el latín eclesiástico, para quitar la referencia las deidades romanas, se le ha denominado a los demás días con un número: Feria II, Feria III, Feria IV, Feria V y Feria VI. Esta nomenclatura la usa la lengua portuguesa.

Para efectos litúrgicos, salvo el domingo, todos los días se llaman ferias, incluyendo el sábado. Así se distingue entre las ferias de Cuaresma o de Pascua, y los domingos de Cuaresma o Pascua, por ejemplo.

La semana es un periodo que tiene relevancia para la liturgia, pues permite determinar los domingos, además de que en torno a las semanas se ordenan los ciclos litúrgicos por regla general

No obstante, hay días litúrgicos que no se ordenan por semanas, aunque el día de la semana sí importa para su determinación. Son las ferias de Navidad, el Miércoles de Ceniza, así como el jueves, viernes y sábado después de Ceniza.

III. Mes, estación y año

Si de la observación de los días transcurridos entre una y otra fase lunar surgió el concepto de semana, del ciclo lunar completo surgió el concepto de mes. Ya en el Génesis aparecen referencias a los meses, como al narrar el inicio del diluvio (7, 11). Y con más claridad, en el Éxodo, al narrar la institución de la Pascua (Ex 12).

Además de observar la luna, en la antigüedad se dieron cuenta que había épocas frías y épocas de calor; épocas en que brotaban las flores y épocas en que se marchitaban; y que se repetían constantemente. Así descubrieron las estaciones. Posteriormente se precisaron a través de los equinoccios (momento en el que el sol se encuentra sobre un trópico) y de los solsticios (momento en el que el sol está encima del ecuador).

La repetición de las estaciones y de los meses tienen relevancia litúrgica. A partir de la primavera se determina la Pascua, pues como lo definió el concilio de Nicea (año 325), debe ser el domingo de luna llena posterior al equinoccio de primavera en el hemisferio norte. A partir de la fecha de Pascua se determina la Cuaresma y el tiempo de Pascua y algunas celebraciones del Tiempo Ordinario, como la Santísima Trinidad o Corpus Christi.

Además, las otras estaciones tienen relevancia para determinar las Témporas, los días de oración y ayuno que se hacen en el año, y que se relacionan con acontecimientos agrícolas en el hemisferio norte, como la cosecha del trigo en verano, la vendimia en otoño y la elaboración del aceite en diciembre.

A partir del descubrimiento de las estaciones surgió el concepto de año, es decir, el tiempo transcurrido entre una primavera y la siguiente. Había que hacer encuadrar los meses en el año. Esto eracomplicado, pues la duración de un mes lunar no se puede expresar en días exactos.

Los romanos que eran muy decimales (finalmente es un sistema más natural, al derivar del número de dedos) establecieron originalmente diez meses, que variaban en días. A los primeros cuatro les asignaron nombres de deidades: martius por Marte, aprilis por Apru (Venus), Maius por Maya, Iunius por Juno; y a los siguientes con un número: quintilis (quinto), sextilis (sexto), september (septimo), october (octavo), november (noveno), y december (décimo).

Seis meses tenían treinta días y cuatro treinta y uno. Es decir, su año duraba 304 días. Con cálculos más precisos que ya consideraban no solo las estaciones, sino la traslación de la tierra, fue necesario hacer precisiones. Estas las hizo Numa Pomplio, quien añadió dos meses al final del año: Ianuarius (en honor a Jano) y Februarius (en honor a Febo). Febrero sería de 28 días; siete meses serían de 29 días, y cuatro de 31 días. Así el año pasó a durar 355 días.

Estos días no correspondían con la traslación de la tierra, por lo que, asesorado por los egipcios, Julio Cesar determinó un nuevo calendario de 365 días, al que se le añadiría uno más en los años bisiestos (cada cuatro años), y que mantiene la división de doce meses, pero modifica su duración. Este calendario se llama juliano, en honor a quien lo implantó.

Hay que señalar que el calendario juliano consideraba que el año duraba 365.25 días. Sin embargo, la cifra correcta es de 365.242189, (es decir 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,16 segundos). Esto supone una diferencia de 11 minutos. Y con el transcurrir de los siglos se había generado un error de diez días. Por ello, en 1582 el papa Gregorio XIII expidió la bula Inter Gravissima creando un nuevo calendario, que se salta tres días bisiestos cada 400 años (el de los años seculares). Con ello aumenta la precisión del calendario. Para poderlo poner en práctica al mes de octubre de 1582 se le quitaron diez días.

Este calendario, llamado gregoriano, ha sido adoptado por casi todas las naciones, aunque en la liturgia ortodoxa se sigue usando el calendario juliano, razón por la cual la Pascua católica y la ortodoxa no siempre coinciden.

En el año 44 a. C., por iniciativa de Marco Antonio, el mes de quintilis se denominó julio en honor a Julio César. Y en el año 23 a. C, el Senado denominó augustus al mes sextilis en honor a Octavio Augusto.

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III.1 Los días del mes

En cada mes existían tres días con nombre: kalendas, nonas e idus. Kalendas era el primer día de cada mes. Por ello se le denomina calendario al sistema de representación de los días. Nonas variaba entre el día quinto o séptimo, dependiendo el mes. Y, dependiendo el mes, el día trece o quince era el idus. Los demás días se nombraban a partir de los días que faltaban para llegar a un día con nombre. Así, por ejemplo, octavo kalendas ianuarii, son ocho días antes de las calendas de enero, del 1 de enero. Es decir, el 25 de diciembre.

De estos nombres es que surge la palabra bisiesto. Cuando Julio Cesar decide añadir un día cada cuatro años, lo coloca detrás del 24 de febrero. El 24 de febrero era el VI Kalendas Martias, el sexto de las calendas de marzo. Al colocar un día antes se le denominó “bis VI Kalendas Martias”, el dos veces sexto antes de las calendas de marzo. Del “Bis sextum” derivó la palabra bisiesto.

Esta forma de llamar los días se mantuvo hasta que los visigodos introdujeron la costumbre de numerar los días de cada mes de forma consecutiva, que se hizo oficial para todo el mundo con Carlomagno.

Sin embargo, la denominación romana clásica de los días de cada mes sigue teniendo relevancia litúrgica, pues al leer el Martirologio se anuncia cada día conforme a esta nomenclatura, además de indicar el número de días transcurridos desde la última luna nueva.

El contar con un sistema que identifica los días por un número y por un mes es relevante litúrgicamente pues permite establecer fechas anuales para determinadas conmemoraciones. En primer lugar, para fijar la Natividad del Señor el 25 de diciembre. Y a partir de esta fecha, poder fijar el tiempo de Adviento y el inicio del tiempo de Navidad. Además, otras fechas litúrgicas se establecen con este sistema, como el fin del tiempo de Navidad que depende del 6 de enero, o como las conmemoraciones de los misterios del Señor, de la Bienaventurada Virgen María o de los santos.

III.2 Inicio del año

El ciclo anual se medía por las estaciones y, por tanto, el año empezaba en primavera, como lo hacía el pueblo de Israel por designio de Dios (Ex 12, 1). Con el fin de planear mejor las Guerras Celtibéricas, en el año 153 a. C se cambió el inicio del año del 1 de marzo del 1 de enero. Este cambio se ha mantenido por muchos siglos. Sin embargo, litúrgicamente el inicio del año se fija el I Domingo de Adviento, que se calcula determinando los cuatro domingos anteriores a la Natividad del Señor.

III.3 Conteo de los años

Existiendo el concepto de año, es necesario contabilizarlos para poder fijar históricamente las fechas de acontecimientos, y para poder planear el futuro. Esto implica tener un punto de partida, un año que se ficticiamente considere como referencia para computar hacia delante y hacia atrás.

Para ello, los judíos establecieron el año de la creación del mundo (Anno Mundi) el 3760 A.C. Los romanos establecieron el año de la fundación de Roma, el 753 A. C. Y los cristianos, fijaron el año 1 (no el cero) en el año del nacimiento de Cristo (Annus Domini), conforme a los cálculos de Dionisio el Exiguo, que hoy se ha demostrado fueron erróneos. Este último sistema es el que se arraigó en Occidente desde Carlomagno.

Los métodos de conteo de los años previos al Annus Domini sirven para el Anuncio de la Navidad que se puede hacer en la Misa de la Vigilia de la Natividad del Señor. 

El conteo de los años sirve en la liturgia para identificar los calendarios litúrgicos, que siempre tienen dos años pues inician con el Adviento, que es a final del año. Así, se habla del Año Litúrgico 2010-2011, por ejemplo.

También sirve para determinar las lecturas dominicales, pues hay tres ciclos, el A, el B y el C. El ciclo C corresponde a los años cuyo número sea divisible por tres, como si el ciclo hubiera empezado el primer año del cómputo cristiano. Según esto, el año 1 hubiera sido el ciclo A, el año 2 el B, el año 3 el C, y los años 6, 9, 12… otra vez el ciclo C. Así, por ejemplo, el año 2016 es ciclo C, el año siguiente, esto es, el año 2017, es ciclo A, el año 2018 es ciclo B y el año 2019 vuelve a ser ciclo C. Además, permite determinar las lecturas de las ferias del tiempo Ordinario, pues en los años impares se leen las del ciclo I y los años pares las del ciclo II.

El Anno Domini se graba en el cirio pascual, colocando un digito en cada uno de los ángulos de la cruz que se traza para bendecirlo.

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Conclusión

En el calendario litúrgico conviven varias formas de medir el tiempo. En primer lugar, la basada en la luna y las estaciones, que permite calcular la fecha de la Pascua y, a partir de ésta los tiempos de Cuaresma y Pascua, junto con algunas celebraciones (Santísima Trinidad o Corpus Christi, por ejemplo). En segundo, la basada en las semanas, que permite calcular los domingos. Y el tercero, la basada en el sol y los meses, que permite establecer otras conmemoraciones en días fijos, como la Natividad y, a partir de ésta, los tiempos de Adviento y Navidad.