Cuando los libros litúrgicos se refieren a un santo, al lado de su nombre se le añade un “titulo”, que permite identificarlos e individualizar su camino a la santidad.
Desde antiguo, a los que habían derramado su sangre por el Señor se les reconoció como “mártires”. Aunque salvo san Juan todos los apóstoles y evangelistas fueron martirizados, se hizo la distinción de ellos con estos dos títulos. A éstos se le añadió el relativo al grado del sacramento del Orden que hacían recibido (“obispo”, “presbítero” o “diácono”), y la referencia a si habían sido papas.
También se añadió como el título la cualidad que los identificara a partir del estado de vida: “abad”, “virgen”, “monje” y “religioso”; así como los relativos a su naturaleza (arcángel), o a la declaración que se ha hecho de ellos como eminentes maestros de la fe (doctor de la Iglesia).
Cuando el santo no posee algunas de esas características, se escribe su nombre a secas, sin título a su lado (santa Mónica, por ejemplo).
Hay que decir que pueden unirse los títulos en caso de que el santo se encuentre en varias categorías (obispo y doctor de la Iglesia; obispo y mártir; apóstol y evangelista; virgen y mártir, etc.).
Otro título es el de “profeta”. Aunque en el calendario romano general no se hay santos con ese título, sí los hay en algunos calendarios particulares, como a san Elías, en el calendario carmelita. Tampoco en el calendario general hay santos con el título de “patriarca”, aunque anteriormente se le daba a Abraham, Isaac y Jacob. Asimismo, también existían otros títulos, como el de “viuda”, o el de “confesor”, referido a los que dieron testimonio de Cristo soportando adversidades, pero sin llegar a derramar su sangre.
Los títulos de los santos sirven para saber las oraciones que deben emplearse en su celebración litúrgica.
Desde que una persona es beatificada se da a conocer la oración colecta propia. En algunos casos se añaden las oraciones sobre las ofrendas y después de la comunión; y a otros más se le agregan las antífonas de entrada y de la comunión. Cuando falta alguna de estas fórmulas, se completa la misa del santo tomando lo faltante del “común”, de formularios genéricos que se encuentran en el misal.
Por ejemplo, el 22 de octubre que se celebra a san Juan Pablo II, en el Misal únicamente se encuentra su oración colecta. El resto de las oraciones y las antífonas deben tomarse de un común. Viendo el título del santo se sabe a cuál de todos los formularios comunes hay que acudir. En el caso del ejemplo, el común de pastores, para un papa.
En el Misal, además del común de la Bienaventurada Virgen María, encontramos formularios comunes para: apóstoles, mártires, doctores, vírgenes y santos. En este último hay opciones dependiendo del caso: para varios santos, para un solo santo, para monjes y religiosos, para aquellos que ejercieron las obras de misericordia, para educadores, y para santas mujeres. También existe el común de pastores, que se emplea en el caso de que el santo haya tenido bajo su cuidado a todo o a una porción del Pueblo de Dios: papas, obispos y presbíteros (los santos diáconos usan este formulario).
Cuando un santo tiene dos títulos, salvo que haya disposición expresa en el Misal, es facultad del sacerdote celebrante elegir cuál de los comunes elegir. Por ejemplo, el 13 de diciembre que se celebra a santa Lucía, virgen y mártir, se puede elegir el común de vírgenes o el común de mártires.
La IGMR permite que en las ferias del tiempo ordinario se pueda celebrar al santo inscrito ese día en el Martirologio, aunque no se encuentre el en calendario como memoria libre u obligatoria (n. 355). Al no contar ni siquiera con oración colecta, se usa todo el formulario del común del título que corresponda.
Por ejemplo, un 19 de enero puede celebrarse a san Germánico, mártir, aunque no esté inscrito en el calendario como memoria, para lo cual se usa el formulario del común de mártires.