I
Las exequias se celebran para los fieles y para los catecúmenos. Sin embargo, el ordinario del lugar puede autorizar que se celebren las exequias por los niños que sus padres deseaban bautizar, pero murieron antes de recibir el bautismo y por bautizados adscritos a una comunidad no católica si no puede hacerlas su ministro propio y ellos no solicitaron que no se les celebraran (CIC 1183).
Se les debe negar las exequias, salvo que se hubieran arrepentido, a los notoriamente apóstatas, herejes o cismáticos; a los que pidieron la cremación de su cadáver por razones contrarias a la fe cristiana; y a los pecadores manifiestos en caso de que se produjese un escándalo público (CIC 1184).
Las exequias solo pueden ser presididas por un obispo, presbítero o diácono. Pero, la conferencia episcopal, con permiso de la Santa Sede, puede facultad a un lacio para presidirlas (Ordo Exsequiarum en adelante OE 19).
Si las exequias se celebran con Misa, el sacerdote viste ornamentos de color morado o negro, donde se acostumbre (IGMR 346). Si quien preside es obispo utiliza mitra sencilla y báculo (CE 826).
En cuanto al difunto, antes de las exequias ha de colocarse en el ataúd. Hay algunas oraciones para decir en ese momento, previstas en el OE. Si el difunto era obispo, se le viste como para celebrar Misa, con ornamentos morados, con mitra y, si tenía derecho con el palio; pero sin báculo Si el obispo fue trasladado de varias sedes en las con derecho a palio, se colocan todos sus palios (CE 1162).
No debe adornarse el presbiterio con flores y los instrumentos deben usarse para sustentar el canto (CE 824).
II
La forma típica de las exequias inicia en la casa del difunto. El que preside, saluda a los presentes con una fórmula litúrgica y después les dirige unas palabras introductorias. Posteriormente se puede recitar el salmo 129. Tras el salmo o las palabras introductorias, se recita una oración y, al concluirla, se inicia la procesión a la iglesia durante la cual se canta el salmo 113, alusivo al tránsito de Israel a la tierra prometida, con la antífona “Dichosos los que mueren en el Señor”.
La procesión la precede el turiferario con el incensario humeante, el cruciferario entre dos candeleros, luego el clero, y finalmente el féretro.
Si no se canta, se recitan las letanías por el difunto. Al llegar a la iglesia, se hace el canto de entrada, el Requiem aeternam dona eis Domine (Dale, Señor, el descanso eterno).
Si las exequias no se celebran con la forma típica, el ministro se dirige a la puerta de la iglesia para recibir el cadáver o la urna con las cenizas del difunto. Ahí dirige unas palabras a los familiares, tras lo cual ingresan a la iglesia.
El cadáver se coloca ante el altar según la orientación que habitualmente adoptaba el difunto en la asamblea: si es laico, de cara al altar; si es clérigo, mirando al pueblo (OE 15, CE 824). Sobre el féretro es oportuno colocar el Evangeliario, la Biblia u otro signo cristiano, pero no una cruz (Ídem). En el caso de los clérigos, pueden colocarse las insignias de su orden (CE 824). Es recomendable colocar el féretro sobre el pavimento (Ídem).
Y junto a él se pone el cirio pascual. Una vez colocado el cadáver, el que preside puede encender el cirio pascual, mientras dice las palabras que prescribe el ritual.
Estas palabras son: “Junto al cuerpo, ahora sin vida, de nuestro hermano (nuestra hermana) N., encendemos, oh Cristo Jesús, esta llama, símbolo de tu cuerpo glorioso y resucitado; que el resplandor de esta luz ilumine nuestras tinieblas y alumbre nuestro camino de esperanza, hasta que lleguemos a ti, oh Claridad eterna, que vives y reinas, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos.” Y puede cantarse “¡Oh luz gozosa de la santa gloria del Padre celeste inmortal! ¡Santo y feliz Jesucristo!”
Tras lo anterior, se dice la oración colecta. Para ésta y las demás oraciones eucológicas se emplea el formulario exequial, salvo en los domingos de Pascua, Adviento y Cuaresma, en las solemnidades de precepto, la conmemoración de los fieles difuntos, y el Triduo Pascual, en que se utiliza el formulario del día.
Tras lo anterior, sigue la Liturgia de la Palabra. Las lecturas son las propias de la Misa exequial, salvo en los días antes mencionados, en que se toman las del día. La Liturgia de la Palabra concluye con la plegaria universal.
Si las exequias se celebran en Misa, ésta continúa como de costumbre hasta la oración después de la comunión.
III
Tras la oración después de la comunión (o concluida la oración universal, si no se celebró Misa), hay dos opciones de proceder.
La primera, que es la típica, en la que se inicia una procesión hacia el cementerio mientras se canta o se dice la antífona In paradisum (Al paraíso te lleven los ángeles). Si se canta, esta antífona es seguida por el canto del salmo 117, que refiere a la asociación de la muerte del fiel con la Pascua; si no se canta, se recita la letanía de los santos. Al llegar al cementerio se celebra el rito del último adiós al cuerpo, que comienza con la bendición de la sepultura. Para la procesión, el celebrante puede dejar la casulla y vestir la capa pluvial (CE 833). Si es obispo, camina con mitra y báculo.
La segunda es celebrar en la misma iglesia el rito del último adiós al cuerpo, en la que se omite la bendición de la sepultura.
El rito del último adiós al cuerpo inicia con unas palabras introductorias de quien preside, tras las cuales se guardan unos momentos de silencio. Si es obispo quien preside, lo hace sin mitra ni báculo (CE 834).
Luego, el que preside, continúa con una fórmula introductoria a la aspersión. Si se emplea incienso, a esa fórmula se le añade una mención a éste. La fórmula es la siguiente:
“No temas, hermano (hermana), Cristo murió por ti y en su resurrección fuiste salvado (salvada). El Señor te protegió durante tu vida; por ello, esperamos que también te librará, en el último día de la muerte que acabas de sufrir. Por el bautismo fuiste hecho (hecha) miembro de Cristo resucitado: el agua que ahora derramaremos sobre tu cuerpo nos lo recordará. [Dios te dio su Espíritu Santo, que consagró tu cuerpo como templo suyo; el incienso con que perfumaremos tus despojos será símbolo de tu dignidad de templo de Dios y acrecentará en nosotros la esperanza de que este mismo cuerpo, llamado a ser piedra viva del templo eterno de Dios, resucitará gloriosamente como el de Jesucristo.]”
Después, el que preside camina alrededor del ataúd o de la urna aspergiendo con agua bendita. Si se emplea incienso, tras la aspersión, coloca incienso en el turíbulo y da una segunda vuelta incensando el ataúd o la urna de cenizas. Mientras tanto, se canta el responsorio Subnenite (Cristiano, ve con Cristo).
Al finalizar, si este rito se lleva a cabo en el cementerio, se coloca el cuerpo en el sepulcro y el que preside pronuncia una oración. Si el rito se lleva en la iglesia, el que preside simplemente reza la oración.
Rezada la oración, algún familiar o amigo del difunto puede hacer una breve biografía y agradecer a los presentes su participación.
Tras ello, el que preside bendice con la fórmula especial para esta ocasión, y se despide a todos con las palabras de costumbre. Si este rito se llevó a cabo en la iglesia, tras la despedida se saca el ataúd o la urna con cenizas.