Los vasos sagrados tienen que bendecirse. Esta bendición puede impartirla un obispo o un sacerdote, aunque es más laudable que la bendición sea el obispo diocesano, quien juzgará si los vasos son idóneos para el uso al cual están destinados (Instr. Redemptionis Sacramentum n. 118).
Es recomendable que la bendición se haga dentro de la misa, aunque puede hacerse fuera de ella. Si se hace en la misa, se usan las lecturas propias que prevé el Bendicional, si el día es una memoria o una feria del tiempo ordinario, de Adviento anterior al 17 de diciembre, o de Pascua posterior a la Octava pascual.
Terminada la oración de los fieles, se llevan los vasos que deben bendecirse hacia el presbiterio, mientras se canta la antífona “Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor”. Los vasos se colocan sobre el altar, hacia donde se dirige el sacerdote (Bendicional 1198).
Al llegar al altar, el sacerdote invita a orar. Tras unos instantes de silencio, el sacerdote reza la oración de bendición. Al concluir, los ministros preparan el corporal, y llevan el pan, el vino y el agua para la Eucaristía. El sacerdote coloca los dones sobre los vasos recién bendecidos y los presenta como de costumbre (Bendicional 1200).
No hay que rociarlos con agua bendita, pues recibirán el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Posteriormente, continúa la misa de forma habitual.