A las imágenes de la Santísima Virgen María se les tributa peculiar veneración adornando su cabeza (y si es el caso, también la de su Hijo), con una corona real. Corresponde al obispo de la diócesis juzgar sobre la coronación de una imagen de la santísima Virgen, siendo conveniente solo hacerlo respecto aquellas imágenes a las cuales los fieles acuden con tanta fe que gozan de cierta estimación (CE 1034).
La diadema o corona que se le ponga ha de estar confeccionada de materia apta para manifestar la singular dignidad de la Santísima Virgen; sin embargo, debe evitarse la exagerada magnificencia y fastuosidad que desdigan de la sobriedad del culto cristiano (CE 1035).
La coronación en principio debe ser realizada por el obispo diocesano; pero si él no pudiera hacerlo, puede encomendar esta tarea a otro obispo o a un presbítero que sea partícipe y cooperador suyo en el cuidado pastoral de los fieles en cuya iglesia se venera la imagen que va a ser coronada (CE 1036).
La coronación puede realizarse en una misa, en las vísperas solemnes vísperas o en una celebración de la Palabra. En estas celebraciones se usan los textos de la Bienaventurada Virgen María, Reina o la del título que corresponda a la imagen que va a ser coronada, si se permite ese día (CE 1039 y 1044).
La coronación tiene lugar tras la homilía, en caso de la misa y de celebraciones de la Palabra, y después del responsorio breve, en caso de que sea en las vísperas.
En este momento, los ministros llevan al obispo las coronas (o la corona). El obispo, sin mitra, dice la oración “Bendito eres, Señor”, que se encuentra en el Ritual de la coronación de una imagen de la Santísima Virgen María, y que es la siguiente:
“Bendito eres, Señor, Dios del cielo y de la tierra, que con tu misericordia y tu justicia dispersas a los soberbios y enalteces a los humildes; de este admirable designio de tu providencia nos has dejado un ejemplo sublime en el Verbo encarnado y en su Virgen Madre: tu Hijo, que voluntariamente se rebajó hasta la muerte de cruz, resplandece de gloria eterna y está sentado a tu derecha como Rey de reyes y Señor de señores; y la Virgen, que quiso llamarse tu esclava, fue elegida Madre del Redentor y verdadera Madre de los que viven, y ahora, exaltada sobre los coros de los ángeles, reina gloriosamente con su Hijo, intercediendo por todos los hombres como abogada de la gracia y Aurora del Mundo. mira, Señor, benignamente a estos siervos tuyos que, al ceñir con una corona visible la imagen de la Madre de tu Hijo (la imagen de Cristo y de su Madre), reconocen en tu Hijo al Rey del universo e invocan como Reina a la Virgen María. Haz que, siguiendo su ejemplo, te consagren su vida y, cumpliendo la ley del amor, se sirvan mutuamente con diligencia; que se nieguen a sí mismos y con entrega generosa ganen para ti a sus hermanos; que, buscando la humildad en la tierra, sean un día elevados a las alturas del cielo, donde tu mismo pones sobre la cabeza de tus fieles la corona de la vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Terminada la oración, el Obispo asperja con agua bendita las coronas (la corona) y, sin decir nada, adorna con la corona la imagen de la bienaventurada Virgen María. Pero si la Virgen está representada en la imagen con el Niño Jesús, primero se corona la imagen del Hijo y luego la de la Madre (CE 1042 y 1047).
Luego, salvo que la coronación se haga en las vísperas, se canta la antífona Reina dignísima del mundo, durante la cual el obispo inciensa la imagen (CE 1042). Si se la coronación se hace en las vísperas, se canta el “Magnificat”, durante el cual el obispo inciensa el altar y la cruz y, posteriormente, turifica la imagen recién coronada (CE 1048).
Posteriormente las celebraciones continúan del modo acostumbrado. Pero tratándose de la misa y de las celebraciones de la palabra, al final de la celebración se canta la antífona mariana propia del tiempo (CE 1043 y 1053)