El asiento del sacerdote que preside una celebración litúrgica se llama sede. Debe de en un lugar idóneo que permita que el sacerdote sea visto como presidente de la asamblea y moderador de la oración. La Instrucción General del Misal Romano indica que su lugar más adecuado es vuelto hacia el pueblo, al fondo del presbiterio, a no ser que la estructura del edificio u otra circunstancia lo impidan, por ejemplo, si por la gran distancia se torna difícil la comunicación entre el sacerdote y la asamblea congregada, o si el tabernáculo está situado en la mitad, detrás del altar (n. 310).
Debe elegirse una sede digna y bella, que esté en armonía con el estilo de la iglesia, que sea cómoda para el celebrante y que no tenga la apariencia de trono. A los lados de la sede pueden ponerse asientos para los diáconos y sillas para los concelebrantes.
Los ayudantes nunca deben de ocupar estos lugares, sino otros que, de ser posible, no vean al pueblo como si estuvieran presidiendo. Para ellos se disponen taburetes o bancos en el presbiterio, preferiblemente cerca de la credencia y en los laterales. Pero el presbiterio no debe de llenarse de sillas y bancos.
En las catedral de cada diócesis, en vez de una sede hay una cátedra, signo del magisterio y de la potestad del pastor de la Iglesia particular, y signo de la unidad de los creyentes en la fe que el obispo anuncia como pastor de su grey.
En la cátedra solo puede sentarse el obispo diocesano, pero puede permitir que otro obispo se siente en ella (Ceremonial de Obispos nn. 47 y 174). Si un obispo celebra en una catedral que no es la suya, o un presbiterio celebra en la catedral, debe sentarse en una silla distinta a la cátedra, que debe de preparársele para ese efecto.