El Manual de liturgia

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Durante el primer milenio la casulla era la vestidura de todos los clérigos en general, y no solo de los sacerdotes (obispos y presbíteros); también la usaban los diáconos y subdiáconos. Las casullas eran muy amplias, y cubrían casi totalmente a quien las vestía.

Esa amplitud las volvía incómodas. En el caso de los sacerdotes, esa incomodidad se resolvía al disponer que se le ayudara levantándoles la casulla durante las incensaciones y durante las elevaciones. Sin embargo, los diáconos y subdiáconos, no tenían esa ayuda para los momentos en que tenían que trasladar los libros litúrgicos o los vasos sagrados. Fue por eso por lo que comenzaron a plegar la zona del pecho. A esto se le denomino casulla plegada o “planetae plicatae”. Los diáconos, además, tras cantar el evangelio y hasta el final de la misa, para tener mayo libertad de movimientos, se enrollaban la casulla en bandolera sobre la estola.

Esas casullas plegadas comenzaron a ser remplazadas por la dalmática y la tunicela, que facilitaban sus movimientos por tener mangas. No obstante, estas nuevas vestiduras se consideraban festivas. Por eso, no podían ser usadas en celebraciones penitenciales. Es por ello que la casulla plegada y la colocación sobre la estola se quedó para estos días, hasta que desapareció ese uso primero en la reforma de Pio XII a la Semana Santa, y posteriormente con el Misal de san Juan XXIII.