En la Última Cena, Jesús les dio y les dejó su paz a los apóstoles (Jn 14, 27). Eso lo recuerda el sacerdote en cada misa, en una oración en el rito de la comunión.
No es la paz que da el mundo, sino la paz del Señor. Por eso, en las misas solemnes el rito antiguo, el sacerdote besa el altar, como significando que toma de ahí la paz. Luego le ofrece la paz al diácono. Posteriormente, el diácono le da la paz recibida al subdiácono; el subdiácono al clero y al maestro de ceremonias; el maestro de ceremonias al primer acólito. De esta forma se reparte la paz del Señor.
En el rito antiguo, la paz podía ser repartida con un instrumento llamado portapaz, que es una tabla o placa con una representación figurada adornada. Su estructura se parece a la de un pequeño altar o retablo. En la parte posterior lleva un asa o mango, para poder cogerlo con la mano.
La reforma posconciliar simplificó este gesto, pues el sacerdote la ofrece a todos diciendo “La paz del Señor este con todos”. Tras ello pueden los fieles pueden darse un saludo de paz para simbolizarlo, además de expresar la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión sacramental.
En el sínodo de 2005 sobre la Eucaristía, algunos padres sinodales pidieron que se revisara el gesto de la paz, porque muchas veces adquiría expresiones exageradas provocando cierta confusión en la asamblea precisamente antes de la comunión. Por ello, el papa Benedicto XVI pidió a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos que atendiera esta petición de los padres sinodales, y estudiara si era viable colocar el rito de la paz en otro momento, por ejemplo, antes de la presentación de las ofrendas en el altar, como se hace en algunas tradiciones litúrgicas orientales.
Tras el estudio solicitado por el papa Benedicto, dicha congregación consideró “conveniente conservar en la liturgia romana el rito de la paz en su puesto tradicional y no introducir cambios estructurales en el Misal Romano” (Carta circular de 8 de junio de 2014).
No obstante, consideró pertinente señalar explícitamente unos abusos que deben evitarse:
a) No existe un “canto para la paz”.
b) Los fieles no deben desplazarse para intercambiarse la paz.
c) El sacerdote no debe abandonar el altar para dar la paz a algunos fieles.
d) La paz no debe ser ocasión para felicitar o expresar condolencias.
En cuanto al signo para darse la paz, hay que decir que no hay un gesto universal, ya que las conferencias episcopales (con aprobación de la Santa Sede) deben determinar el gesto en concreto tomando en cuenta la idiosincrasia y las costumbres de los pueblos (IGMR 83 y 390). De este modo, no puede ser el sacerdote quien se invente un gesto de paz.
Tomando en cuenta que conmemoramos que Jesús nos dio y dejó su paz (Jn 14, 27), al dar la paz puede decirse “La paz del Señor esté siempre contigo”, a lo cual se responde “Amén” (IGMR 154).
Hay que señalar que el saludo de la paz no es un gesto obligatorio. El Misal Romano (n. 128) dice expresamente que se invitará a ese saludo “si se juzga oportuno”. Es decir, se puede realizar u omitir ese acto que es significativo, pero no esencial, atendiendo a diversos factores. Por ejemplo, durante la pandemia concurren circunstancias que no aconsejan darse el saludo de paz, por lo que puede sin problema omitirse este gesto.
En determinadas celebraciones puede existir otro momento en el que se ofrezca el saludo de la paz además del rito de la paz. Eso ocurre en las ordenaciones, cuando el obispo ordenado recibe el beso de la paz de todos los obispos presentes (RO 56), el neopresbítero lo recibe del obispo y de algunos de los presbíteros presentes (RO 136), y el recién ordenado diácono del obispo y de algunos diáconos (RO 211). Asimismo, en algunos lugares el obispo acompaña con el saludo de paz la expresión “la paz del Señor esté siempre contigo” en la confirmación.