El Ceremonial de los Obispos prevé tras formas de participación de los obispos en la misa: a) celebrando; b) presidiendo sin celebrar la Eucaristía; y c) asistiendo sin presidir ni celebrar.
Estos dos últimos casos suceden por “causa justa” (CE 175). Ejemplos podrían ser cuando un obispo quiere acompañar a un nuevo presbítero en su cantamisa, y no celebra para dejar presidir al recién ordenado, o cuando acompaña a un presbítero en un aniversario de ordenación. También por motivos de salud, como ocurrió con san Juan Pablo II en los últimos años de su pontificado, o en recientemente con el papa Francisco.
Para elegir entre si debe de “presidir sin celebrar la Eucaristía” o solo asistir, debe de usarse la primera opción cuando en la misa se va a realizar algún rito sacramental, o consecratorio o de bendición (CE 175).
En caso de que solo asista, lo hace con hábito coral, y no se sienta en la cátedra, sino en otro lugar apto que se le haya preparado (CE 186). Pero si preside sin celebrar la Eucaristía se reviste con alba (y amito y cíngulo, en su caso), la cruz pectoral, la estola y el pluvial del color que corresponda, mitra y báculo (CE 176).
En la procesión hacia el altar, el obispo avanza detrás del celebrante o de los concelebrantes, acompañado por sus diáconos y ministros (CE 177). Al llegar ahí, hecha la reverencia debida, besa el altar y lo inciensa; luego se dirige a la cátedra (CE 178).
Desde el comienzo de la misa hasta que se termina la liturgia de la Palabra, todo se lleva a cabo como en la misa estacional (CE 179).
Al inicio de la liturgia eucarística, el obispo se sienta en la cátedra y recibe la mitra. Luego, el celebrante hace profunda reverencia ante el obispo y se dirige al altar para iniciar la presentación de los dones. Si los fieles traen las ofrendas, las recibe el celebrante o el obispo (CE 180).
El celebrante es turificado después de incensar las ofrendas y el altar, y posteriormente se inciensa al obispo, antes que a los concelebrabtes y que al pueblo. El obispo se quita la mitra para recibir la incensación (CE 181).
La misa prosigue. Desde la epíclesis hasta terminar la elevación del cáliz, el obispo, vuelto hacia el altar, se pone de rodillas en el reclinatorio preparado para este fin (CE 182).
Si el obispo comulga, en el altar toma el Cuerpo y la Sangre del Señor, después del celebrante, y después vuelve a la cátedra (CE 183).
La oración después de la comunión la cual dice el obispo desde el altar o en la sede. Al acabarla, bendice al pueblo como de costumbre.
Por último, el Obispo y el celebrante, como de costumbre veneran el altar con el beso. Hecha la debida reverencia todos se retiran en el mismo orden en que vinieron (CE 185)