El Manual de liturgia

El Manual de liturgia

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Extender las manos es un gesto orante. El Antiguo Testamento narra que Moisés oraba con los brazos extendidos para que el pueblo de Israel pudiera vencer a los amalecitas (Ex 17, 11). Se levantan las manos porque el que ora se dirige a quien está en el cielo, al Altísimo. Se abren las manos porque quien ora se dirige a quien no se abarca, al Inmenso. Con este gesto se busca alcanzar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, todo lo que abarca el amor de Cristo, como dice san Pablo (Ef 3, 18).

El salmo 141 (2) habla de esta postura orante corporal, pidiendo que el alzar de las manos llegue al Señor como ofrenda de la tarde. Unas palabras que cobraron su significado más profundo en el acto de culto perfecto, en el Sacrificio inmaculado y santo, cuando en una hora vespertina (Jn 19, 14) cosieron las manos de Jesús a un madero, para dejarlo con los brazos extendidos, con postura sacerdotal, con gesto de Sumo y Eterno Sacerdote.

Por todo ello, el sacerdote extiende las manos cuando ora en la liturgia.

Los libros litúrgicos prescriben que el sacerdote extienda las manos, pero no dicen cómo. Algunos autores han dicho que deben extenderse las manos, con los dedos juntos, con elegancia y no con rigidez, y que las palmas estén en una posición abierta y natural, ligeramente adelantadas con relación a los hombros, teniendo los codos cerca del cuerpo.

También los autores indican que debe evitarse que las palmas queden de cara al pueblo, porque se da la impresión de una actitud defensiva; que debe evitarse un alargamiento o extensión excesiva de las manos, porque no se pueden mantener así mucho tiempo sin producir cansancio); y que debe procurarse no mover las manos hacia arriba y hacia abajo a la par de que se va leyendo. 

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Los clérigos extienden también las manos sobre objetos o sobre personas.

Si al dirigirse a Dios abren y levantan las manos, en esta postura colocan las palmas viendo hacia el objeto o hacia la persona sobre la que invocan la efusión del Espíritu Santo. Al extender las manos así, generan una sombra, ritualizando el cubrir con la sombra del Altísimo del que habla san Lucas (1, 35).

Así pues, se trata de un gesto epiclético, un gesto de invocación al Espíritu Santo.

Lo hacen sobre los dones, en la misa, para que por la acción del Espíritu se transformen en el Señor.

En el Bautismo lo hacen sobre el agua, llegando a tocarla, pidiendo que el Espíritu descienda para que el agua sea sepulcro del pecado y útero de nuevos hijos de Dios.

En la Confirmación lo hacen sobre quienes son confirmados, pidiendo sobre que descienda sobre ellos el Paráclito.

En la Penitencia lo hacen sobre el penitente, mientras dicen la fórmula de la absolución, pidiendo que el Espíritu santifique nuevamente su templo.

En la Unión de Enfermos lo hacen, en silencio, sobre el enfermo, para pedir que la unción lo ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo.

En el Matrimonio, se extienden las manos sobre los nuevos esposos, pidiendo que el Santo Espíritu se derrame en sus corazones para permanecer fieles a su alianza conyugal.

Y en el Orden, el obispo lo hace sobre los que son ordenados, para pedir que el Paráclito los selle con su gracia.

Además, en otros momentos los libros litúrgicos piden este gesto.