Epícliesis significa “invocación sobre” y es la intercesión mediante la cual el sacerdote suplica al Padre que envíe el Espíritu santificador. Es, junto con la Anámnesis, el hacer memoria, el centro de toda celebración sacramental (Vid CEC 1105 y 1106).
En el rito latino, durante la Misa, antes de la consagración, el sacerdote extiende las manos sobre las ofrendas pidiendo al Padre que envíe el Espíritu Santo sobre las ofrendas y las transforme en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Los fieles acompañan este gesto poniéndose de rodillas, pues bajando invocan que baje el Consolador.
En el Bautismo, el ministro ordenado pide que al Padre el Espíritu Santo descienda sobre el agua, que debe tocar en ese momento, para que todos los que esa fuente reciban el Bautismo, sepultados con Cristo en su muerte, resuciten también con él a la vida.
En la Confirmación, el obispo extiende las manos sobre los confirmandos pidiendo que el Padre envíe sobre ellos al Paráclito para llenarlos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad, y del espíritu del santo temor.
En la Penitencia, el sacerdote extiende las dos manos, o por lo menos la derecha sobre la cabeza del penitente, pidiendo que el Padre que derramó el Espíritu Santo para la remisión de los pecados, le conceda el perdón y la paz.
En el Matrimonio, quien asiste y está ordenado, extiende sus manos sobre los contrayentes, que se arrodillan, y pude en la bendición nupcial que el Padre envíe la gracia del Espíritu Santo para que el amor, derramado sobre sus corazones, los haga permanecer fieles a la alianza conyugal.
En el Orden, el obispo extiende las manos sobre los ordenandos, pidiendo que el Padre infunda su Espíritu sobre los elegidos renovando el Espíritu de gobierno, de santidad, o los siete dones, según sea el caso.
Y en la Unción, el sacerdote tras imponer las manos sobre el enfermo, invoca que la gracia del Espíritu Santo ayude al enfermo librándolo de los pecados, concediéndole la salvación y confortándolo en la enfermedad.
En la misa hay una dos epíclesis. La primera, la que comentábamos, en la que se le pide al Padre que envíe el Espíritu Santo sobre las ofrendas y las transforme en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. En la segunda se puede al Padre que envíe su Espíritu no sobre los dones, que ya no existen en cuanto tales, sino sobre la asamblea. Se implora al Espíritu antes de la comunión para que descienda sobre los comulgantes que, sin esa efusión, no serían dignos de acceder al Sacramento.
El Evangelio comienza narrando que el Espíritu Santo vino sobre santa María (Lc 1, 35), gracias a lo cual sucedió la Encarnación: el Espíritu trajo a Jesús a los hombres. De la misma manera, en la primera epíclesis se invoca al Paráclito para que traiga a Jesús bajo las apariencias del pan y del vino.
Al final de su vida terrena, Jesús anunció que traería al Paráclito (Jn 26), mismo que les entregó al soplar sobre los apóstoles después de su pasión y resurrección (Jn 20, 22): Jesucristo llevó el Espírito a los hombres. De la misma forma, tras la consagración es Jesús quien lleva a los hombres al Consolador, para que nos unamos a Cristo. Jesús, en su misterio Pascual, ganó para nosotros la salvación objetiva. Es gracias al Santificador que se puede aplicar a nosotros, que puede tener lugar la redención subjetiva.