El Manual de liturgia

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Es costumbre que el papa culmine el año con un tedeum. Esta palabra deriva de un himno denominado así por sus primeras palabras latinas: Te Deum, que puede traducirse como A ti, Dios.

Se dice que el himno lo compusieron san Ambrosio y san Agustín. Una vez que el obispo de Milán bautizó al segundo en el año  387 improvisó un verso, al que le respondió el que luego sería obispo de Hipona, y así sucesivamente hasta que concluyeron el himno. Otros afirman que fue escrito en el siglo IV por Aniceto de Remesiana.

Además de la versión gregoriana, otros compositores lo han musicalizado como Haendel, Haydn, Mozart, Dvořák, y Verdi.

Este himno es parte del Oficio de Lecturas de los domingos (excepto los de Cuaresma), los días de las Octavas de Pascua y de Navidad, en las solemnidades y fiestas.

Además, se canta en otras ocasiones para dar gracias a Dios. Es por ello que esas celebraciones han tomado el nombre de tedeum. El papa lo celebra, ante el Santísimo expuesto, al concluir las I Vísperas del 31 de diciembre para dar gracias por el año que concluye.

El texto del himno es el siguiente:

Señor, Dios eterno, alegres te cantamos, a ti nuestra alabanza, a ti, Padre del cielo, te aclama la creación. Postrados ante ti, los ángeles te adoran y cantan sin cesar: Santo, santo, santo es el Señor,Dios del universo; llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.

A ti, Señor, te alaba el coro celestial de los apóstoles, la multitud de los profetas te enaltece, y el ejército glorioso de los mártires te aclama.

A ti la Iglesia santa, por todos los confines extendida, con júbilo te adora y canta tu grandeza: Padre, infinitamente santo, Hijo eterno, unigénito de Dios, santo Espíritu de amor y de consuelo.

Oh Cristo, tú eres el Rey de la gloria, tú el Hijo y Palabra del Padre, tú el Rey de toda la creación. Tú, para salvar al hombre, tomaste la condición de esclavo en el seno de una virgen. Tú destruiste la muerte y abriste a los creyentes las puertas de la gloria. Tú vives ahora, inmortal y glorioso, en el reino del Padre. Tú vendrás algún día, como juez universal. Muéstrate, pues, amigo y defensor de los hombres que salvaste. Y recíbelos por siempre allá en tu reino con tus santos y elegidos.

Salva a tu pueblo, Señor, y bendice a tu heredad. Sé su pastor, y guíalos por siempre. Día tras día te bendeciremos y alabaremos tu nombre por siempre jamás.

Dígnate, Señor, guardarnos de pecado en este día. Ten piedad de nosotros, Señor, ten piedad de nosotros. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti. A ti, Señor, me acojo, no quede yo nunca defraudado