El Manual de liturgia

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Los que celebran la liturgia en la tierra participan en la Liturgia del cielo, que es eternamente comunión y fiesta (CEC 1136). Esto queda patente en una de las oraciones del Canon Romano o Plegaria Eucarística I, cuando se le pide al Padre que la ofrenda que se encuentra sobre el altar “sea llevada a tu presencia, hasta el altar del cielo”.

El Apocalipsis narra que un ángel ofreció sobre el altar del cielo la oración de todos los santos (8, 3). Por ello, esa súplica del Canon se le pide al Padre que un ángel tome en sus manos la ofrenda y la lleve al altar del cielo.

Al que está en el trono del cielo, al Padre, se le pide que la participación en la liturgia de la tierra recibiendo el Cuerpo y Sangre de su Hijo, conlleve su gracia y su bendición. Así pues, hay un flujo entre el altar del templo y el altar del cielo. La ofrenda del sacrificio del Señor asciende hasta cielo, mientras que de ahí desciende la bendición del Padre.

De esta manera, la misa resulta el lugar privilegiado para el encuentro con Dios, pues es ahí donde desciende hacia los hombres, y éstos son elevados hacia Dios.

La oración se conoce como “Supplices”, por ser la palabra con la que inicia en latín. El entonces Card. Ratzinger apuntó que esa palabra etimológicamente podía traducirse como “profundamente inclinados”. En castellano inicia la oración diciendo: “Te pedimos humildemente”. Y la rúbrica indica que el sacerdote debe rezarla profundamente inclinado.

Escribió el Card. Ratzinguer que es la expresión corporal de la humildad. Y continúa: “Quien quiera acercarse a Dios tiene que aprender a inclinarse, porque Dios mismo se na inclinado en el gesto del amor […] Es un gesto de gran calado; nos recuerda, físicamente, la postura espiritual que es esencial a la fe […] Inclinarse ante loso hombres para obtener algún favor es, realmente, algo inconveniente. Pero no lo es inclinarse delante de Dios, porque es lo que corresponde a nuestro ser” (El espíritu de la liturgia. Una introducción”. Madrid: Ediciones Cristiandad. 2002, p. 230-231).

Si cuando el sacerdote pide que la ofrenda suba hasta el altar del cielo se inclina, se baja, al pedir que descienda la gracia y la bendición se endereza. Es en este momento en el que debe signarse. Haciendo este gesto, la señal de Cristo, se reconoce que Jesús es la bendición, es quien cambió signo del oprobio en una señal de esperanza y de amor. No hay mayor bendición que Cristo, quien ha bajado, se ha derramado a nuestros corazones por medio del Espíritu Santo (Rom 5, 5).